Sunday 8 May 2011

JUAN FERNANDEZ KROHN: BLAS PIÑAR Y LEFEBVRE

Je vous salue Marie pleine de grace, que votre nom soit sanctifié", canta tan nostálgico como entonces el cantante francés (de "droite") Serge Lama en una vieja canción, llena de encantaciones hoy como ayer, de aquellos tiempos ya tan lejanos cuando deambulé sin norte fijo y casi sin cobijo también por la geografía francesa en la primavera del 86 -transitando por medios próximos a Econe y al Front National francés, más entre los segundos que entre los primeros que se portaron no poco generosos conmigo-a seguir a mi liberación unos meses antes de la cárcel portuguesa.

Y escuchándola de nuevo ahora tantos años después las mismas lágrimas (calientes) hoy como ayer se me escurrían insensiblemente por las mejillas, mientras me sentía fatalmente invadido de un juego (mágico) de espejos acordándome de una oración célebre del viejo Maurras que sus partidarios franceses más clericales presentarían siempre (exageradamente) como la de su "conversión", de los últimos años de su vida, tras la condena y la cárcel que la suerte le depararía, secuelas fatales del fracaso y de la derrrota, y donde acertó a verter un canto poético sin igual a las glorias del catolicismo frances a lo largo de su historia.

"Semper idem" el viejo Maurras en ese primor de poesía patriótica -y religiosa- de su años tardíos. Incorregiblemente católico (francés) y nacionalista. Y las vírgenes (prudentes) de antes del concilio evocándolo en estas líneas nos siguen sonriendo benévolas y maternales como aquella virgen románica que presidía el despacho de trabajo de Francisco Umbral, él que había bajado, él también, los santos y las vírgenes de sus pedestales vistiéndolos de paisano a partir de un momento de su vida y de su trayectoria.

Y la flores -siempre presentes- de la tumba de mi difunto padre (¡el pobre!) reverdecen se diría en este homenaje que le quieren brindar estas lineas en el momento mismo que me despido de tantas cosas -y de tantos también- tras la turbo/beatificación del pasado domingo en Roma.
Un adiós (au revoir) o hasta la vista al menos estas sentidas líneas a algunos testigos españoles de mis años de odisea, entre los cuales figura en primera fila, por méritos propios, Blas Piñar sin discusión alguna. En un comentario a mi entrada de anteayer sobre la disputa que opone los días que corren José Luis Roberto y Ricardo Sánez de Ynestrillas en las que ponía yo efectivamente a Blas Piñar de testigo de cargo contra la Roma del concilio en definitiva, uo de mis lectores se mostraba extrañado y contrariado también sin duda en su admiración hacia la figura del viejo líder (ex-franquista)

Blas Piñar me conoce bien -como tantos otros (...)- de mucho antes incluso de mi gesto de Fátima y de incluso antes de mi marcha a Ecône. Mi detención en Fátima y el estruendo en los medios que se seguiría hizo el vacío en torno mío casi absoluto, hasta mi salida de la cárcel portuguesa. Y después tampoco se puede decir que se apresurasen muchos a salir a mi encuentro; la excepción a la regla lo fue sin duda la de Blas Piñar que entró en contacto conmigo tras mi salida de Portugal en aquellos meses que residí en España antes de fijar definitivamente mi residencia en Bélgica, a través de su hija Isabel en una oferta generosa de ayuda que decliné entonces por un prurito de independencia y en ejercicio de un legítimo usufructo de la libertad en todos los órdenes que empezaba a experimentar entonces por vez primera por así decir en el transcurso de mi vida.

Decliné su ofrecimiento pero el gesto no lo ovidé. Y sin duda por eso varios años después, residiendo yo ya en Bélgica, a principios de la década de los noventa, me sentí en el deber ineludible de rendirle visita en su domicilio de Puerta de Hierro donde me recibió con amabilidad y deferencia exquisitas. Sin la menor sombra de reproche de la clase que fuera.

Fue la última vez no obstante que le vi (de cerca), y ya al despedirnos tuve el presentimiento que era la última vez que le veía (hasta hoy) y que mi vida seguía en lo sucesivo rumbos verdaderamente alejados y distantes de los suyos que harían nuestro reencuentro más que improbable en un futuro mas o menos cercano, en lo que no me equivocaría.

Por eso esta entrada que le dedico (en parte) se pretende si no un adiós definitivo, sí en cambio una evocación, y un llamamiento o si se prefiere un ruego o una súplica a hacerle comparecer en la lista de testigos de honor en el asunto que nos ocupa -de la querella de Roberto contra Ynestrillas- en aras de la reconciliación siempre posible -y por más que pueda parecer al día de hoy alto improbable- de entre todos los que encontramos cobijo un día bajo las mismas banderas. Hoy plegadas y arriadas por todas partes.

Cuando excomulgaron a Monseñor Lefebvre en plena era Wojtyla a mediados de la década de los noventa la revista "Fuerza Nueva" dedicó un comentario un tanto fugaz que caería en mis manos algún tiempo mas tarde -en una de mis visitas esporádicas a España- y que no me pasaría desapercibido. El autor del comentario editorial sobre el tema venia a decir que el tiempo diría si aquella drástica medida vendría a cerrar definitivamente la vía de agua que la disidencia del obispo francés había abierto en la barca/de/pedro o si al contrario había venido a asestarle el golpe de gracia definitivo.

En un reflejo sin duda, las líneas aquellas, de la actitud a la expectativa que fue la de aquella revista y de su fundador desde que se alejaron prudencialmente de aquellos nuevos apestados -de la iglesia -como los solitarios de Port-Royal o los excomulgados de la Acción Francesa- en que nos convertimos de golpe todos los que gravitábamos en la órbita de Econe y de la FSSPX entonces, dejando atrás los tiempos aquellos en los que Blas Piñar fue el portavoz más destacado entre españoles de las posturas del obispo francés en el contencioso que le oponía con el Vaticano.

Y atrás quedaban en efecto aquellas escenas un tanto memorables de una de las visitas a Madrid a finales de los setenta del obispo francés recibido con toda pompa y esplendor en la sede de Fuerza Nueva de Madrid (calle Lagasca) y saliendo al balcón acompañado de su anfitrión español a saludar a la pequeña muchedumbre que le aclamaba a la entrada de la sede y desparramada en la calles adyacentes.

De pronto Roma -"verbi gratia" la iglesia del concilio- esgrimió, sin duda de cerca y sin contemplaciones, la amenaza de excomunión y otras sanciones canónicas entre sus segundones (católicos)/españoles y aquellas muestras de apoyo tan sinceras y entusiastas desaparecerían como por arte de ensalmo o golpe de varita magica, y sin duda que el dato es de mención insoslayables en la evocación de las circunstancias que acompañaron fatalmente a mi propia trayectoria en los años que siguieron a aquella ruptura entre Econe y sus amigos españoles, sin lo que no se explica en modo alguno o no del todo mi gesto de Fátima.

Han pasado casi veinte años, ya digo, desde que habló con Blas Piñar por utima vez (largo y tendido, y a solas), mi odisea de aislamiento y expatriación entre tanto se proseguiría hasta hoy sin interrupción, quiero decir con ello que no le guardo rencor (en absoluto) pero tampoco me siento - todos lo comprenderán aquí sin pena alguna- en deuda con él en modo alguno ni política ni religiosamente hablando (todo a la vez, bien junto y bien revuelto)

Y por eso ahora, en el contencioso que opone dos figuras emblemáticas de unos medios políticos e ideológicos en los que no dejan de gravitar de todo su peso Blas Piñar y el movimiento que deja en legado tras suya a sus próximos y allegados, me siento libre como el viento a la hora de denunciar el clericalismo en la política española o si se prefiere la sombra de la institución/eclesiástica y sus brazos y tentáculos innúmeros y el protagonismo que a todas luces vienen ejerciendo en el contencioso al que aquí aludo. Indirectamente aunque sólo sea y a espaldas incluso de sus dos principales protagonistas.

Y no es que con ello este pretendiendo emplazar aquí de una forma u otra a Blas Piñar y sus partidarios; sí pienso en cambio que su papel de mediación se está echando en falta grandemente en este asunto. Aunque solo fuera por su prestigio y su ascendencia y autoridad moral innegables en los medios afectados por esa querella y por la circunstancia aunque solo fuera de haber ya en el pasado cuidadosamente evitado el toparse/con/la/iglesia que lleva por lo tanto fatalmente a pensar que tal vez prefiriera hacer lo propio ahora, por los perfiles de política religiosa indiscutibles -en relación directa con la moral y las buenas costumbres- que arrastra el contencioso que Roberto e Ynestrillas vienen protagonizando.

En claro y en crudo: la acusación mayor que los detractores de José Luis Roberto vienen sosteniendo en contra suya es la de conducta (publica) inmoral de resultas de la presidencia que este último desempeñó durante largo tiempo de una organización que agrupa a todos los explotantes de locales de alterne en suelo de la península. ¿Y cómo no poner en relación directa un detalle tan poco trivial con ese rigorismo exacerbado en materia de sexualidad del que daría muestras sin pausa ni descanso el magisterio eclesiástico en los últimos pontificados y en particular durante la era Wojtyla?

Porque de verdad que se comprende mal esa cerrazón rayana en la obsesión patológica, en una serie de temas - preservativos, píldoras contraceptivas (de antes o de después) relaciones extra/conyugales, homosexualidad (entre adultos), legalización o regulación de la prostitución, incitación (con propósitos educativos) a la masturbación entre adolescentes, matrimonio y adopción de niños entre homosexuales, pornografía etcétera, etcétera- que vendría a ser como el telón de fondo inseparable (teñido de hipocresía) de la plaga de escándalos "urbi et orbe" en materia de pedofilia eclesiástica -en concreto de violaciones (en serie) a manos de eclesiásticos de criaturas encomendadas a su cargo - y de las recientes ceremonias de bonificación del santo/súbito, en la medida que aquella se declararía y se propagaría mayormente durante su pontificado.

En la duda y la incertidumbre la pregunta se impone pues, ¿que piensa Blas Piñar del Santo Súbito y del encubrimiento de eclesiásticos pedófilos - curas obispos y cardenales - del que aquél se ve hoy acusado por todas partes, antes y después de la turbo/beatificación de Roma?

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