29.11.10 | 18:44. Archivado en Semper Idem (en defensa propia), Historia revisionista de los dogmas (en clave nacional/catolica)
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Sigo con el rollo. Explicándome en materia teológico/religiosa (del auto de fe de mi celda, me refiero) Algo que por lo que se ve tiene más gancho (o morbo) de lo que se entiende de ordinario. "El hereje" era el título de una de las novelas de Miguel Delibes -segunda época- que más aplauso le cosecharía tras la transición política.
No es óbice que se trata de un dicterio lastrado de antiguo de una nota (teológica) infamante que se pone de manifiesto aunque sólo sea en el eufemismo -de heterodoxos- que la reemplazaría cuidadosamente en el lenguaje escrito y hablado políticamente correcto en los tiempos modernos entre españoles, como lo ilustra el titulo de la célebre obra de Marcelino Menéndez Pelayo, ducho en la materia.
Por eso se puede decir que herejes no hubo propiamente hablando en la historia del catolicismo español de los últimos siglos. Los últimos se quedarían anclados (en el recuerdo) en las épocas de las guerras de religión y de la eclosión -frustrada- del protestantismo en la Península de lo que testimonia Miguel Delibes en la novela referida.
Incluso los jansenistas españoles presentes en las Cortes de Cádiz -un pre/concepto más bien que dió por sentado don Marcelino en su libro- pueden ser vistos como una de las componentes más o menos heterodoxa del liberalismo español que para lo que se da en llamar el pensamiento reaccionario (tradicionalista) de la época no dejaba de ofrecer en su conjunto una nota de crasa heterodoxia indiscutible, tanto los liberales moderados como los extremistas.
Curioso asaz no obstante lo es que el gran martillo de herejes que pretendió ser Menéndez Pelayo -en la idea que guardan muchos de él por lo menos, y a imagen y semejanza de la visión de la Historia de España que se tenía forjada en su cabeza- se viese tratado de "mestizo" en la pluma de polemistas anti-clericales de su tiempo, como lo fue Miguel De Unamuno, hasta cierta fase (relativamente avanzada) de su vida al menos.
"Mestizo" designaba a una mezcla híbrida de "carca" o integrista y de adepto de la política de la Santa Sede, más o menos tachada de liberalismo a partir del pontificado de León XII, tras su distanciamiento prudente de la causa del carlismo (vencido), que Rafael Sánchez Mazas no dejaría de poner de relieve en su libro "prohibido"
Y mas significativo aún lo es que en la polémica entre conservadores y renovadores, integristas y progresistas que encendería el concilio Vaticano II y a sus ancas el posconcillio inmediato, los progresistas -"la progresía" como se les llama ahora en España mayormente entre las nuevas generaciones- se vieran tratados por sus adversarios integristas o tradicionalistas de subversivos, de marxistas, de inflitrados, de traidores a España en rigor, y muchas otras lindezas, pero sin que llegasen a personificar, a los ojos de aquellos, "herejía" alguna.
E incuso desde las alturas teológicas (exquisitas) que pretendió guardar desde el principio la obra del seminario de Ecône del obispo Lefebvre, el progresismo posconciliar se veía tratada de modernista, un fenómeno -históricamente considerado, en el orden religioso me refiero- que guardó siempre entre los católicos españoles un sello nítidamente extranjero; o de neo/protestantes a lo sumo, pero el calificativo de herejes (en francés "heretiques") se veía reservado en su uso al círculo de los más adeptos o forofos, con mayor grado de iniciación teológica a que la mayoría de los seguidores del obispo disidente que lo empleaba de vez en cuando a penas; en su correspondencia polémica con las instancias de la santa sede en el marco del proceso canónico que se le seguiría, y en sus conferencias (semanales) a sus seminaristas.
Herejes -y paganos- llamaba el cardenal Segura a los falangistas -o si se prefiere a los franco/falangistas- pero su actitud se vería fatalmente revestida de un sello de lo mas atípico y original en la historia del catolicismo español contemporáneo. Pareja -por lo que a la nota infamante se refiere- correría la noción de excomunión (o de excomulgado)
Con la excomunión amenazó -con grandes réditos, hay que decir, en materia de política religiosa- el Vaticano a Franco y a su régimen en los años del tardo/franquismo concretamente en el asunto de la tentativa de expulsión del obispo separatista (y provocador) de Bilbao, Añoveros, que no llegó a materializarse, porque el régimen se echó marcha atrás "in extremis"; el conflicto que protagonizarían la iglesia católica y el régimen de Perón en la Argentina -preludio de su caída- bien vivo aun en los recuerdos de muchos.
¿Fui excomulgado yo mismo en Fátima? A fe mía que nunca lo supe. Teóricamente debía ser así, por lo que tengo entendido. Pero excomulgado me sentía yo ya de antiguo, de verdad; de aquella iglesia del concilio que como me lo confesó uno de los militantes brasileños de la TFP,residente en Madrid a principios de los setenta, -a solas por cierto- no era la iglesia de las promesas/de/su/bautismo.
Como sea, nunca nadie me notificó lo más mínimo en ese sentido; lo que me situaría en la práctica en una especie de limbo canónico en el que desde entonces me movería -como pez en el agua (un decir)- tal y como aquí ya lo tengo señalado. No es cierto en cambio -y salgo así al paso de ciertos rumores tenaces y persistentes por lo que veo- que me viera expulso de la FFSPX antes de mi detención en Fátima.
Salí por la mañana, el día que tomé el tren rumbo el santuario -viajando toda la noche- del priorato ("prieuré") en el que residía hasta entonces en la afueras de París (Mantes-la-Jolie), hoy día -lo que no era en modo alguno el caso entonces- uno de los principales bastiones del Frente Nacional en el cinturón suburbano que rodea la capital francesa. Y tras el estruendo en los medios que seguiría a mi detención se apresuraron a tomar distancias y a condenarme desde luego.
Los unos con más celo y apresuramiento que los otros. Los que no me veían con demasiados buenos ojos dentro de la FSSPX más si cabe desde luego. Pero la tónica no dejó de darla el propio obispo Lefebvre con el que siempre mantuve excelentes relaciones -y conjuro a quien sea a desmentirme- quien, sin duda blanco de todo tipo de advertencias y presiones por cuenta mía, declaró al poco de mi detención a los medios que "mi caso estaba ya en manos de los jueces y de los psiquiatras y que él no podía hacer ya más nada (...)
No se lo guardé ya lo saben aquí todos, y defendí siempre su memoria en mis entradas (de forma critica y con visión retrospectiva por supuesto) Sin embargo debo admitir -"sotto voce" (imitando a los de la TFP) sobre todo para los que aquí me leen- que en el momento de mi detención en Fátima, yo andaba ya por así decir en la cuerda floja en materia de ortodoxia (...)
Si no caído (relapso) en herejía, fatalmente rodeado, es cierto, de fuertes presunciones y motivos de sospecha en la materia. No hereje en sentido estricto y en el lenguaje canónico antiguo; pero sí en cambio en el de "sapiens heresim" (con tufo a herejía) Y no lo era por cierto por culpa de modernismo teológico, por cierto, o de que me hubiera vuelto mas o menos progresista -horresco referens (hoy como ayer)- sino culpa de un autor de quien ya me habré ocupado en algunas de mi entradas, Joaquín de Flore -camino de los altares (beatificado por el propio Juan Pablo II...)- del que la iglesia a todas luces no consigue ponerse de acuerdo todavía.
Y a mí Joaquín de Flore me interesaba sobre todo por su visión de la Historia que haría recobrar sorprendentemente actualidad a su pensamiento doctrinal en las primeras décadas del siglo XX que vieron el auge de los nazifascismos. Y mas tarde aún, con ocasión del concilio vaticano segundo.
Joaquin de Flore -como Federico Nietzsche, como el francés Maurras (como la lguerra civil española)- figuró entre los grandes convidados de piedra de aquella magna asamblea. En la mente de muchos desde luego, por más que se andasen con mil precauciones a la hora de avanzar su nombre de forma explícita por culpa de la reputacion dudosa (sapiens heresim) que arrastraba desde de resultas del hundimiento del mundo que le tocó vivir, la Europa de la Alta Media, de la segunda y tercera cruzada, ésta última tras la reconquista de Jerusalén por las tropas de Saladino, a la que el monje visionario sobreviviría por muy poco tiempo.
Y lo ilustraba de forma elocuente a mi juicio el prólogo a una obra divulgadísima del padre de Lubac, jesuita francés, y una de las "vedettes" del "ala marchante" del concilio dedicada a la suerte que le seria reservada para la posteridad al legado doctrinal del célebre monje (heterodoxo)
El autor del prologo lo era otro de los teólogos que el concilio izó a la cumbre de la fama, el padre Chenu, dominico francés, que confesaba en esas páginas -de una tonalidad innegable, y era la de un homenaje crítico-que le mereceria la obra (exhaustiva y documentada) de su hermano/en/el sacerdocio, el resentimiento (sic) que arrastraba de antiguo en relación con las doctrinas y teorías de Joaquín de Flore, huella mas que presumible del mucho parecido en que había debido tenerlas en algún momento de su trayectoria (temprana) y de la evolución o maduración ulterior de su propio pensamiento teológico (e ideológico).
Y fue en Argentina sobre todo donde me fue dado el ser testigo en primera fila del problema irresoluble que Joaquín de Flore no dejaba de plantear en los ámbitos académicos de aquel pais situados dentro de la órbita de influencia de la iglesia católica, como es el el caso de la enseñanza católica universitaria del tipo confesional "urbi et orbe"
Y sería con ocasión de un congreso de "Filosofia Tomista" celebrado en las cercanías de la cudad de Cordoba durante mi estancia en aquel país -en, el invierno austral del 79 (...)- en el marco de mi ministerio formando parte la obra del obispo Lefebvre. En concreto, tras la intervención que seguí con gran interes de uno de los ponentes invitados, profesor en una Universidad caztolica alemana (hasta el punto de procurarme de inmediato copia escrita del texto) en relación con la visión de la historia del monje célebre que se vio seguida (y no es broma) de una retractación con todas las letras del interesado tras las presiones que se sucedieron a no dudar entre bastidores del congreso.
Y en la que el infortunado ponente -a todas luces intimidado y atemorizado de la cola que habían traído sus palabras- declaraba solemnemente distanciarse de la teoría hegeliana que se insinuaba o se escondían (subrepticiamente) en la visión histórica de Joaquin de Flore y de la que sin duda (de lo que creo recordar del tenor de sus retractaciones) él mismo se había hecho desgraciadamente culpable en la medida que les había servido perniciosamente de altavoz en aquel congreso, lo que lamentaba profundamente (etcétera, etcétera...)
Seguido de una profesión de acatamiento a la doctrina de la iglesia, como/dios/manda. Y está de más el decir que aquella retractatio" (teológica) -tan estrepitosa (yo la verdad que oyéndola no sabía donde meterme)- no me curó en modo alguno del problema (si se le quiere llamar así) que arrastraba yo de antiguo con la historia (con mayúsculas) antes y después de toparme con la figura y la obra de Joaquín de Flore y de su posteridad espiritual (teológica o filosófica), ancha y abundante como las arenas del mar a creer a aquel estudio al que aquí he venido aludiendo.
Un problema que no haría mas que agudizarse -un decir- en mí al socaire de la polémica levantada por la ley funesta de la memoria histórica y la polémica sobre la guerra civil en el plano memorialista) que de unos años la precedería. La salvación es histórica -cumpliéndose dentro de la Historia (de la salvación, de los hombres y de los pueblos)- o no lo es; no más a lo sumo que una salvación de mentirijillas con tufo "a domesticidad" como reprochaba Federico Nietzsche a "las experiencias de salvación" de sus ascendientes y antepasados (todos ellos pastores protestantes) No pretendo no obstante convencer aquí a nadie.
Consciente además de correr el riesgo pronunciándome como le hago de un proceso en materia de heterodoxia como el que se le siguió a la Acción Francesa; que ya veo a algunos tomando nota a toda prisa de lo que expongo en estas líneas. Exultantes de tener (¡en fin!) algo por donde "cogerme" Entre aquellos presumiblemente que más me habrán seguido la pista o mejor me conocen (de antiguo)
¿En la mirilla de la censura teológica, no directamente de los dicasterios romanos pero sí de la FSSPX? A fe mía que no lo sé. Pero esta claro para mi que en los ámbitos rectores de la obra fundada por el obispo francés disidente -bien vistos en lo sucesivo a todos los niveles de la iglesia jerárquica- se tienen formada una idea o si se prefiere un juicio de sobra por cuenta mía.
Pese al silencio (desdeñoso) que me habrán brindado durante décadas. No se puede decir en cualquier caso que no sea yo para ellos un viejo conocido (y recíprocamente también) El actual superior Bernard Fellay, hijo del ingeniero responsable de la central eléctrica de Ecóne -en el cantón suizo del Valais- del que el seminario tomaría su nombre (el mas divulgado en los medios por lo menos) solía venir a montar en trineo aún adolescente casi un niño en el cerro adyacente al seminario los primeros tiempos de estar yo allí.
Y que me perdone pero pensé y sigo pensando que en materia de catolicismo los suizos por muy católicos que se sintieran tienen pocas lecciones que dar a los españoles. Y mucho menos en punto nuestro pasado histórico. Por muy altas que sean sus montañas. Por mucho que algunos de ellos se sientan el ombligo de Europa (y del mundo)
No les estoy declarando la guerra, que conste. A lo sumo me la declararon ellos que consiguieron mi expulsión de Suiza, tras mi salida de la cárcel portuguesa -en marzo del 86- gracias a su gran valedor en los medios políticos y de la magistratura en la capital federal, Berna, el abogado (maître) Roger Lovey, proximo de "l'Office" (antigua Cité Catholique), poco conocidos en España pero tan sectarios como el Opus Dei.
Sin rencores, y sin complejos. No por ello voy a abogar por el cierre de sus antenas en territorio español y la expulsión de sus miembros (que se merecerían)