«Los agentes de Juan Pablo II me derribaron antes», declara en exclusiva a «Crónica» el ex sacerdote Fernández Krohn, localizado en Bruselas. El secretario del Papa fallecido dice que este español llegó a clavarle un cuchillo en Fátima, en 1982.
JOSÉ MANUEL VIDAL
Creía haber pagado lo suficiente con los tres años y medio que pasó en una cárcel portuguesa. Pero a Juan Fernández Krohn le persigue su pasado de «cura que atentó contra el Papa Wojtyla en Fátima». Hasta ahora se creía que sin llegar a herirlo. Pero ahora, el que fuera su secretario durante más de 39 años, Stanislaw Dziwisz, revela que Juan Pablo II recibió una cuchillada que le hizo sangre. «Un montaje prefabricado, un infundio», se indigna el hoy ex sacerdote. Pero le apunta el dedo acusador de un cardenal. Y le persigue la «maldición de Fátima».
El 12 de mayo de 1982 Juan Pablo II visitaba Fátima para depositar, en la corona de la Virgen, la bala que le había disparado un año antes, en la Plaza de San Pedro, el turco Ali Agca. Como ofrenda por haberle salvado la vida. Y allí mismo, la Virgen volvió a salvarlo. El cura español Juan Fernández Krohn se abalanzó sobre él con un puñal. «Puedo revelar ahora que fue herido. Cuando lo llevamos de vuelta a su habitación, había sangre», asegura Dziwisz, cardenal de Cracovia.
Fernández Krohn, el acusado, lo desmiente categóricamente en declaraciones exclusivas a Crónica. «Estas pretendidas revelaciones del antiguo secretario de Juan Pablo II me suenan a un montaje prefabricado con objetivos bien precisos. No herí al Papa».
Lo argumenta así: «Los agentes encargados de la protección papal me derribaron. Justo a los pies del Papa, me sujetaron y me obligaron a seguir en su presencia, cara a cara. Mostraba adustez y dureza en el rostro, pero ni el menor síntoma de estar herido».
De aquel Juan vestido de sotana ya poco queda. Hoy, vive en Bruselas. O, mejor dicho, malvive. «Mi situación es muy precaria. Vivo en una estrechez casi total desde hace 22 años. Sin futuro y con las puertas cerradas. Tengo muchas carreras, pero de poco me han servido. Y eso que hice de todo. Desde contable a abogado, pasando por obrero agrícola o mecánico de bicicletas». No tiene trabajo y lleva dos años dedicado a hacer una tesis doctoral. Vive en una residencia universitaria para estudiantes, en la que no le cobran nada, pero mantiene la esperanza de salir adelante. «Espero que, con la tesis terminada y con el título de doctor, pueda encontrar un puesto de profesor en Bélgica o en España».
Su único consuelo es su hijo Niels Manuel. Tiene 18 años y, hasta ahora, ha vivido con su madre, que es belga flamenca. «Ya se ha independizado, está terminando el bachillerato y tiene la doble nacionalidad. Es un fenómeno y mi único sostén en medio de tantos sufrimientos».
Un vía crucis que comenzó hace más de cinco lustros, cuando la Justicia portuguesa le condenó a tres años y medio por intento de magnicidio. «Esa fue también la idea que me quedó hasta hoy, procurándome un gran alivio: que mi acto de protesta, de resonancia mundial, se saldase de forma incruenta».
Las crónicas de entonces contaban así el suceso: «Millones de personas han podido ver cómo la policía portuguesa sujetaba a un joven, vestido con sotana, que se resistía, mientras el Papa, vuelto hacia atrás, dirigiendo su mirada al lugar del tumulto y en silencio, daba su bendición. Se le oyó gritar: «Muera el comunismo y el Concilio Vaticano II»».
¿Qué es lo que busca, entonces, el cardenal Dziwisz, desvelando el misterio de Fátima 25 años después? Fernández Krohn responde: «Aparte de las intrigas vaticanas que se me escapan, el objetivo es desviar la atención de la opinión pública sobre la connivencia y el colaboracionismo con la policía comunista de altos jerarcas de Polonia y de la propia Curia romana durante los años del pontificado de Juan Pablo II».
EL ATAQUE A WOJTYLA
Fernández Krohn nació el 24 de junio de 1949 en el seno de una familia bien y profundamente católica del madrileño barrio de Argüelles. Tanto que su padre nunca le perdonó el atentado contra el Papa. «Nunca llegué a reconciliarme con mi difunto padre. Lo lloré mucho». Muy aficionado al deporte, fundamentalmente al atletismo, a los 17 años inicia la carrera de Económicas en la Universidad Complutense de Madrid. De carácter apasionado y afable, hace gala de un gran sentido del humor. Alto y de tez morena, se lleva a las chicas de calle.
Lo ordenó sacerdote el arzobispo Marcel Lefébvre en 1978. Su primera misa, celebrada en el hotel Meliá Castilla de Madrid, fue todo un acontecimiento social en la época. Con más de mil personas invitadas. Entre ellas, la hija de Franco. «La misa fue de rito tridentino, que estaba rigurosamente prohibido en España. Por eso, al día siguiente, en la Hoja del Lunes, el cardenal Tarancón, de triste memoria, sacó una nota de lo más virulenta», recuerda.
La llegada al solio pontificio de Juan Pablo II el 16 de octubre de 1978 hizo escorar todavía más a la Hermandad de Lefébvre. A su juicio, el Papa Wojtyla «era el candidato de la izquierda eclesial, para ganarse a la derecha». Decidió quitarlo de en medio o, al menos, darle otro susto (Alí Agca ya le había disparado al corazón). Enfundado en su sotana y con sus conexiones no le fue difícil acceder al altar del Papa. «Cuando llegó, estaba en primera fila y me abalancé sobre él, pero me sujetaron antes de que pudiera rozarlo».
—¿Por qué quiso matar al Papa?
—Fue un sacrificio por la salvación de la Iglesia, de España y de mis convicciones de católico español o de nacional católico.
—¿Fue un acto de enajenación mental?
—No estoy loco.
—¿Se arrepiente?
—No me arrepiento de nada.
—¿Volvería a hacerlo?
—No, he evolucionado.
—¿Se siente pecador?
—Pecador sí, pero criminal nunca. Ni delincuente tampoco.
—¿Qué piensa de Ali Agca?
—Es anticristiano y antioccidental y ve al Papa como jefe de los cruzados. A pesar de ello, Juan Pablo II le perdonó. Algo que, en cambio, nunca hizo conmigo.
Detenido por los guardaespaldas del Papa, fue juzgado en Portugal. «En el juicio — aunque mi abogado y todo el mundo me aconsejaban que adujese enfermedad psiquiátrica— yo mantuve una estrategia suicida: asumí todo y me condené a mí mismo». Seis años y medio de cárcel por intento de asesinato y siete meses más por desacato. En la cárcel, abandonó el sacerdocio.
Tras cumplir la pena, «anduve deambulando por diversos países europeos y, al ver que no tenía salida alguna en la vida civil en España, me vine a Bélgica. Aquí, tuve una segunda juventud». Se casó por lo civil con una periodista portuguesa que había cubierto su caso.
La «maldición de Fátima» le persigue y en su recorrido vital florecen los problemas. En 1999, es acusado de intentar incendiar la sede de Herri Batasuna en Bruselas. Y en el año 2000, «con motivo de la visita del Rey a Bélgica protagonicé un acto de protesta, al que dio amplia cobertura la prensa española y, en especial EL MUNDO. Grité: «Rey Borbón, yo no maté al Papa, tú, en cambio, mataste a tu hermano».
La policía belga lo detuvo. «Me encerraron en la jaula de los locos furiosos. Con un comedero como el que tienen los animales en las cuadras en España. Denigrante».
Tras salir del psiquiátrico, Fernández Krohn le promete a su hijo que no volverá a meterse en líos. Y se dedica a buscar trabajo, sin encontrar demasiadas salidas. Eso sí, recibe «presiones y ofertas para que se convierta al protestantismo y al Islam. «No llegaron a ofrecerme dinero, pero sí solucionar mi vida y la de mi familia para siempre». La oferta del Islam le llegó a través del famoso escritor converso Roger Garaudy. No aceptó. «Soy de una familia cuyas raíces católicas se pierden en la noche de los tiempos. Tuve incluso mártires durante la guerra».
Cuando las aguas de su vida parecían calmarse, se encuentra de nuevo en el ojo del huracán. Porque en Roma, un cardenal ha resucitado su «maldición de Fátima». Una maldición «que me persigue, que pesa como una losa que está a punto de aplastarme de nuevo».
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Así se protege al Pontífice
Sin ejército. ¿Quién protege a los papas, cómo? Sin ejército propio, el Vaticano dispone de una importante red de espionaje, seguridad y efectivos antiterroristas. Al frente de todo está monseñor Renato Boccardo, secretario general del Gobierno de la Santa Sede (ministro del Interior vaticano). A los distintos cuerpos de seguridad que se ocupan de la defensa del Estado vaticano y de la protección papal se les conoce popularmente como los ángeles de la guarda del Papa. Dentro de la Santa Sede están su guardia de cuerpo personal (los guardias suizos), y la Gendarmería Vaticana (heredera de la Guardia Noble y de la Guardia Palaciega de los estados pontificios, su comandante es Domenico Giani). Fuera de los muros vaticanos: en Italia actúan los agentes de la inspección de la Policía; en los viajes, su seguridad se confía a los distintos cuerpos de la nación que le hospeda.
Papamóvil. Desde el atentado contra Juan Pablo II en 1981, y tras los atentados del 11-S, la seguridad en el Vaticano se reformó considerablemente. No sólo por los controles policiales y detectores de metales por los que deben pasar los asistentes, cada miércoles, a las audiencias papales. Cada vez que el Sumo Pontífice se sube a su papamóvil y recorre la plaza de San Pedro se colocan a los costados de su vehículo el jefe de la Guardia Suiza y el guardaespaldas personal del Papa. Dentro le acompaña su secretario personal, monseñor Georg Genswein.
Nuevo jefe. Benedicto XVI acaba de nombrar jefe de la Guardia Suiza, el ejército más pequeño y viejo del mundo (fundado por el Papa Julio II, 1503-1513), a Daniel Rudolf Anrig, de 36 años, comandante general de la Policía suiza. La Guardia Suiza, que desempeña las funciones de guardia de cuerpo y servicio de honor del Papa, se compone de 110 soldados y un capellán.
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