Enrico de Pedis, uno de los capos de la sangrienta banda de la Magliana, yace muerto tras ser tiroteado junto al Campo dei Fiori en febrero de 1990.
Enrico De Pedis murió como vivió, a tiros, en un callejón del Campo de' Fiori, el 2 de febrero de 1990, a los 35 años, después de haber sido uno de los últimos capos de la banda de la Magliana, un atajo de malhechores que desde mediados de los setenta controlaba los bajos fondos de la ciudad de Roma. Nadie se acordaría de Renatino —su nombre de guerra— si no fuera porque, en el año 2005, durante la emisión de un programa de la televisión italiana dedicado a buscar a personas desaparecidas, se recibió una misteriosa llamada:
—Si queréis saber más sobre Emanuela, mirad en la tumba de De Pedis…
Aquella noche, el programa Chi l'ha visto, una especie de Quién sabe dónde a la italiana, repasaba por enésima vez los detalles de la desaparición de Emanuela Orlandi, de 15 años, hija de un empleado del Vaticano. La última vez que la vieron fue a las siete de la tarde del miércoles 22 de junio de 1983, tras salir de clase de música, junto a la romana basílica de San Apolinar, a solo unos metros de la plaza Navona. Su familia empapeló la ciudad con su retrato en blanco y negro: “Pelo negro, largo y lacio. Pantalón vaquero y camisa blanca. Zapatillas de gimnasia. 1,60 de estatura…”. Unas horas después, en la ciudad del Vaticano se empezaron a recibir llamadas de los supuestos secuestradores. Un varón que hablaba italiano con acento anglosajón pedía la liberación del turco Alí Agca, quien dos años había atentado contra el papa Juan Pablo II en la plaza de San Pedro. Las extrañas y muy escurridizas llamadas telefónicas —hubo hasta 16 y ninguna pudo ser grabada por la policía— desaparecieron un día y jamás se supo si detrás de su secuestro estaba realmente el terrorismo internacional o las siempre turbias cuentas del Vaticano. Justo un año antes había estallado el escándalo del Banco Ambrosiano, una de cuyas habilidades consistía en lavar el dinero de la Mafia o de la logia masónica P-2. ¿Qué viejas y sucias cuentas se estaban tratando de ajustar a través del sufrimiento de la muchacha Orlandi? En 2005, nada más y nada menos que 22 años después, el programa de televisión seguía buceando en la oscuridad más absoluta cuando una llamada entró en antena:
“Si queréis saber más sobre Emanuela, mirad en la tumba de De Pedis…”,dijo una voz misteriosa en televisión
Pero, ¿dónde estaba enterrado De Pedis? Tras algunas investigaciones, saltó el escándalo. Si bien el criminal había muerto como había vivido, a sangre y fuego, su último reposo lo había encontrado en la exquisita paz de la basílica de San Apolinar. La conmoción fue general: el capo De Pedis compartía cripta con cardenales de la Iglesia. Su sepultura fue autorizada por el entonces rector de la basílica, monseñor Piero Vergari, con un texto que no tiene desperdicio: “Se certifica que el señor Enrico De Pedis, nacido en Roma-Trastevere el 15/05/1954 y fallecido en Roma el 2/2/1990, ha sido un gran benefactor de los pobres que frecuentaban la basílica y ha ayudado concretamente a muchas iniciativas de bien patrocinadas en estos últimos tiempos, tanto de carácter religioso como social. Ha dado contribuciones particulares para ayudar a los jóvenes, interesándose sobre todo por su formación cristiana y humana…”.
No parece que los jóvenes de la banda de la Magliana —retratados por Giancarlo de Cataldo en su obra Una novela criminal (publicada en España por Roca)— lograran a través de su formación “cristiana y humana” hacerse con el control de la delincuencia de Roma y colaborar, a ratos, con la Mafia y con las cloacas del Estado, pero a pesar de eso —o tal vez por ello— el entonces presidente de la Conferencia Episcopal italiana, cardenal Ugo Poletti, dio el plácet. Ahora se ha sabido —según declaraciones de una fuente del Vaticano a la agencia de noticias Ansa— que la viuda del capo pagó mil millones de liras (unos 450.000 euros) al cardenal Poletti por una tumba para su santo. El caso es que De Pedis sigue enterrado a San Apolinar, a solo unos metros del lugar donde la joven Orlandi fue vista por última vez…
Desde hace años, la familia de la muchacha pide ayuda al Papa para que la Iglesia cuente todo lo que sabe. Ha reunido más de 80.000 firmas y, por fin, ha logrado que la fiscalía de Roma autorice la apertura de la tumba del capo, para comprobar si junto a sus restos están también escondidos los de la muchacha. El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, insiste una y otra vez en que no dispone de datos ocultos e intenta defender la actuación de Juan Pablo II que “hasta en ocho ocasiones hizo llamamientos públicos a favor de la liberación de Emanuela”. Sin embargo, las huellas, aunque cada vez más débiles, siguen aproximándose al otro lado del Tíber. En junio de 2008, una antigua novia de Enrico De Pedis recuperó extrañamente la memoria y contó algunos de los pasajes de su vida con el capo. Muchas de las cosas que dijo no tenían ni pies ni cabeza, y así se demostró, pero otras resultaron muy llamativas. Contó, por ejemplo, que ella acompañó a De Pedis a deshacerse del cadáver de la muchacha a las afueras de Roma. No solo aportó la marca y el color del vehículo presuntamente utilizado en el secuestro —un BMW 745i gris oscuro—, sino que aseguró que se encontraba en un garaje subterráneo cercano a Villa Borghese. Los policías —seguramente sin mucha convicción— se acercaron y… allí estaba, 18 años después de la muerte del capo. Al indagar sobre el vehículo se descubrió que el primer dueño fue un empresario relacionado con el Banco Ambrosiano….
—Si queréis saber más sobre Emanuela, mirad en la tumba de De Pedis…
Desde hace años, la familia de la muchacha pide ayuda al Papa para que la Iglesia cuente todo lo que sabe del caso
La voz anónima que aquella noche de 2005, en un programa de televisión, volvió a resucitar el caso Orlandi tenía acento italiano. Pero la que, en 1983, llamó 16 veces al Vaticano atribuyéndose la autoría del secuestro lucía un deje anglosajón. Nunca pudo ser analizada porque su dueño logró siempre burlar las grabadoras policiales. Aquella voz se conoció como “la del americano” y se especuló con que fuera la del poderoso cardenal Paul Marcinkus, el banquero de Dios, fallecido en 2006 en Arizona, tan lejos de Roma. Una ciudad misteriosa donde un capo cabalga hacia el infierno escoltado por cardenales.
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