El aborto por malformaciones es una práctica nazi.
30.07.12 | 12:20. Archivado en Magdalena del Amo
El aborto por malformaciones es una práctica eugenésica nazi que no va a ser posible a partir del otoño, fecha en la que el Gobierno contempla reformar la infanticida ley de plazos de Zapatero-Aído. Lo primero que nos viene a la mente es que Gallardón es valiente por atreverse a derogar una ley, muy bien vista por todos los movimientos progres del mundo, respaldados por asociaciones y fundaciones que hacen gala de una filantropía, que no es tal. Pero tras este primer pensamiento positivo hacia las buenas intenciones del Ministro, aparece la duda, y después la nada. Y para avivar mi decepción razonada y fundada, empiezan a llegarme correos de aquí y de allá, de unos y de otros y la esperanza queda “nanotizada” en el baúl de las ilusiones incumplidas. Nadie de los míos le ha creído.
Cuando escribí el artículo anterior sobre el aborto, el Ministro aún no había pronunciado las polémicas palabras sobre la nueva ley, que no contemplará el supuesto de la eugenesia, es decir, el aborto por malformaciones. Por eso no hice ninguna alusión al respecto, limitándome a reclamarle al Partido Popular que pusiese coto a los 9.000 abortos que se realizan en España cada mes, y para colmo, con cargo a nuestros impuestos.
Si el ministro Gallardón pretendía el efecto cortina de humo, como señalan algunos malpensados, es difícil saber si consiguió el objetivo, tal como están las cosas de la economía. Si el fin era pulsar la opinión de la calle, tampoco sé si le habrá servido de mucho. Los de siempre, a favor, y los otros, en contra. Si pretendía un acercamiento a la parte más conservadora del PP, ahora que a Rajoy le huele la cabeza a pólvora, su gozo en un pozo, porque nadie de la derecha clásica le cree. Hacen falta más que palabras para quitarse ese barniz de chico de derechas, progre, medio socialista, de Polanco q.e.p.d., de Prisa, en definitiva. Y si eran titulares lo que buscaba, para estar en el candelero, lo consiguió con creces. Le faltó tiempo a la izquierda para tirarse a la yugular y activar su agitprop clásico azuzando a las mujeres a oponerse contra lo que consideran una vuelta treinta años atrás. Ignoran que las prácticas en esta materia en nuestra sociedad moderna y tecnológica es una vuelta a la barbarie, a la etapa en la que a los niños enclenques se les mataba. En Esparta, por poner un ejemplo, a los recién nacidos, de complexión débil, se los arrojaba desde el monte Taigeto. Eliminar a los más débiles o malformados, no es ni avanzado ni progresista. Es una salvajada.
Hace unos días llamó una mujer a un programa de radio para quejarse de la reforma que pretende hacer Gallardón. Contó que había tenido dos gemelos con una afección de corazón y que habían sufrido mucho hasta que fallecieron, uno de chiquito y otro con dieciocho años. Argüía que, “claro, en esos tiempos no había estas facilidades”. Solo le faltó decir que sentía no haberlos matado antes de nacer. Me dio pena, una pobre víctima de los ideólogos de la Cultura de la Muerte. Sin embargo, muchas personas que han tenido niños normales y después les ha llegado uno con síndrome de Down, los ha hecho tan felices que lo han considerado como un regalo de Dios y no han dejado de darle gracias porque les había hecho crecer como personas. Sobre esto existe una abundante casuística. Ahora bien, la gran preocupación de estos padres es la incertidumbre cuando ellos falten. Por eso, hay que instar a los estados a que desarrollen políticas sociales para la ayuda de estas familias y la atención de estos niños, con la misma dignidad y los mismos derechos que sus congéneres sanos.
El supuesto que permite abortar en caso de malformaciones tampoco es algo nuevo. Las leyes nazis obligaban a eliminar a los imperfectos, nacidos y no nacidos. Miles de niños fueron exterminados en virtud de unas leyes en cuya redacción habían participado sesudos juristas, asesorados por científicos alemanes estadounidenses. Tras el proceso de Nuremberg, la palabra “eugenesia” quedó tan contaminada ante la opinión pública, que durante más de dos décadas se mantuvo solapada y nadie se atrevió a hablar del tema, salvo en algunos foros restringidos. Pero se seguía investigando y trabajando en silencio esperando que la sociedad fuera olvidando lo ocurrido en Alemania, para volver a implantar la eliminación forzosa de las “vidas sin valor”.
Los estados materialistas que ven al ser humano como un instrumento de producción y consumo, arreglan estas situaciones cortando por lo sano. Si sólo se permite que vean la luz las personas sanas y se evitan los aquejados de síndrome de Down, de Edwards o de Patau, anencefalia, parálisis cerebral y las diversas afecciones que engrosan los manuales de diagnóstico, el Estado se ahorra un buen puñado de euros al año. Algunas naciones, incluso, impiden que nazcan bebés sanos a causa de las políticas de control de población, léase China. Y si hablamos del estado del bienestar, todo debe ser alegría, consumo y confort y no hay sitio para los sufrientes.
El tercer supuesto de la ley de 1985 permite el aborto hasta la semana 22. Con este tiempo, el bebé en gestación ya es viable. La prueba de amniocentesis se realiza a muchas mujeres a partir de los treinta y cinco años, pero, por razones estrictamente utilitaristas, esta práctica se está extendiendo a las mujeres de todas las edades. En España, en la sanidad pública se aborda el tema con toda su crudeza prescindiendo de eufemismos esta vez, y se habla abiertamente de cribado prenatal de cromosomopatías fetales. Ante la duda, aborto. Ese es el protocolo. Salvo personas íntegras con una idea clara de su papel en esta vida y la del posible hijo malformado, que ni siquiera se someten a la prueba, lo normal en estos tiempos es que si el niño que se espera no es perfecto, se elimine.
El aborto por malformaciones es aún más traumático y tiene mayores consecuencias psicológicas para la mujer, porque el sentimiento de culpa suele ser mayor. Por otro lado, al haber un plazo mayor de gestación, los vínculos entre madre e hijo son mayores y esto hace que las secuelas post aborto se agudicen.
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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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