Felipe de Borbón, el unico principe heredero ausente en Mónaco
Y va una de princesas, de plebeyas y cenicientas y de príncipes reinantes o herederos a penas. "Ahora somos nosotras las marquesas (y las princesas)" exultaba triunfante una de esas "mariscalas" de la corte (imperial) de Napoleón que se sacó toda una nueva nobleza de la manga para poder competir en lustro y esplendor con los fastos del antiguo régimen que el emperador de franceses contribuyó no poco a a enterrar echándole tierra y mas tierra encima tras el período revolucionario.
Las familias reales que se dan cita ahora en Mónaco, capital de la costa azul, para asistir a la boda de Alberto, hijo de Rainiero y de Grace Kelly (omnipresentes en las paginas de la revista Hola que formo parte del mobiliario de mi infancia como de tantos y tantos de mi generación) es una aristocracia y realeza sobreviviente de dos siglos de democracia tras la eclosión de la revolución francesa.
Casas reinantes como la de Inglaterra o la Bélgica o la de Suecia o destronadas como la de Grecia o la casa real de Francia en ambas ramas la legitimista y la "otra" Borbones y Orleans enemigos intimos siempre en lucha por un puesto en la historia de Francia (contemporánea)
Y entre los invitados de esta boda de mil y una noches figura por cierto el actual jefe de la casa pretendiente (Maison de France) por la rama legitimista que no es otro que Luis Alfonso de Borbón, hijo de Alfonso de Borbón Dampierre y de Carmen Martinez Bordiú, nieta del generalísimo Franco. Y por quien sin duda viene ahora la gresca con ocasión de esta ceremonia.
Conocí al pretendiente francés (legitimista) Alfonso de Borbón Dampierre durante mi estancia en Francia -de unos meses, en la primavera del 86- en los meses que anduve deambulando por varios países europeos sin norte fijo tras mi salida de la cárcel portuguesa, como aqui ya lo dejé contado. Y fue en una de esas mansiones aristocráticas (chateaux) - Alicnourt, no lejos de parís- que adornan la gografia francesa en donde disfruté de la hospitalidad de la acogida de sus ocupantes, un joven matrimonio con seis hijos, mandatarios provinciales o regionales los dos entonces por las listas del Frente nacional, y situados como muchos de los partidarios de aquel en la órbita religiosa del semanario de Econe y de la FSSPX de monseñor Lefebvre.
La (joven) señora de la casa, en una de las recepciones que solían organizar - acorde su estilo de vida que no era el mío ni lo había sido y sigue sin serlo- y en la que el invitado de honor no era otro que Alfonso de Borbón Dampierre, duque de Cádiz y duque de Anjou, por la rama francesa legitimista, vino a pedirme muy cortésmente, que en mi calidad de español me dignase a acompañarla en un paseo por los amplios jardines de su mansión en compañía de Don Alfonso, lo que acepté con mucho gusto.
Don Alfonso hablaba francés perfectamente, no sin un innegable acento español no obstante que aquellos franceses partidarios suyos, que le escuchaban embelesados, encontraban encantador (charmant) a todas luces. A mí por supuesto me habló en español, en un tono de cortés, atento y deferente que no olvidé por cierto.
Como no olvidé tampoco la impresión de tristeza y melancolia que de toda su persona se desprendía, de aureola inseperable sin duda por culpa de los sucesos trágicos que surcaron hasta el último minuto de sus existencia, muerto en accidente de esquí, a penas dos años y medio más tarde.
Charlé con gusto pues con don Alfonso, no sólo por un deber de cortesía elemental hacia la anfitriona y hacia él mismo sino también por razones más profundas del orden de las convicciones porque sin ser monárquico que nunca me sentid en el fondo, no habré dejado de compartir en mi vida como a rachas postura o ideas de un innegable sello monarquizante, fruto sin duda alguna de la educación que recibimos generaciones enteras de españoles en la posguerra.
No entre en estas breves disgresiones -que quede claro- en el derecho dinástico. Me limito a consideraciones de patriotismo elemental mezcladas o condimentadas si se me apura con ciertas datos o referencias de nuestro derecho histórico. El jefe de la Casa real española por la rama alfonsina cuando el suceso de Estoril lo era Jaime de Borbón, padre de don Alfonso. Quien pidió entonces infructuosamente la autopsia de los restos mortales de Alfonso, su sobrino hermano de Juan carlos.
Un dato insoslayable se me reconocerá en toda semblanza medianamente ecuánime y objetiva de esta figura trágica de la realeza que estuvo casado con la nieta de Franco. Como tambien lo es la trayectoria inequívoca en relación con el régimen anterior al que sirvió de embajador en Suecia, y al que defendió incluso en las luchas universitaria de su tiempo formando parte de aquel grupo tan emblemático (y discutido) que llevó por nombre Defensa Universitaria.
¿Una partida de matones sin escrúpulos defensa Universitaria? La discusión desde luego nos llevaría lejos, en relación con ese y tantos otros vestigios (en el recuerdo) del régimen anterior, por más que acabaran perdiendo la batalla de la opinión -y de imagen- al interior del campus de la Universitaria -ellos y otros grupos de existencia sincrónica o que les sucederían- un tanto anegados por aquel fenómeno de manipulación ideológica de toda una generación universitaria que se dio entonces (finales de los sesenta) y la que aquí ya tantas veces habré aludido.
Y no oculto que la imagen o etiqueta de "Defensa" (a la que nunca pertenecí, que quede claro) que arrastraba don Afonso contribuyó a hacerle simpático a mis ojos y contribuyo no poco sin duda a lea esfera de cordialidad en el que se desarrollo nuestro encuentro (a tres) entonces. Lo que venía sin duda a afianzar la imagen de un vástago borbón amigo del régimen, que debió pesarle en aquellos años que siguieron a la transición política en la medida que su primo Juan Carlos acabaría consumando su operación de desenganche tan hábilmente como ya sabemos.
¿De tal palo tal astilla? Como sea es indudable que la sombra (paterna) acompaña ahora indefectiblemente a su hijo, actual pretendiente de la casa de Francia (por la rama legitimista) ¿Culpable el vástago de Alfonso de Borbón Dampierre de la ausencia clamorosa del príncipe/heredero Felipe de las ceremonias de esponsales de Charlène y de Alberto en el principado de Mónaco?
El pretexto del mentís egregio lo habrá sido su operación de rodilla, coartada perfecta a la que añadir -como no dejan de advertirlo algunos medios- el desaire que hizo en el 2005 el príncipe monegasco a la candidatura española olimpica.
Cantigas (como dicen los portugueses): atmósfera de fin de reino en la Zarzuela y la ausencia del príncipe heredero en Mónaco no deja de ser un claro síntoma.
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